lunes, 17 de enero de 2011

Los poderosos y sus debilidades


Eduardo III de Inglaterra era un hombre extraordinariamente enamoradizo. En uno de sus encuentros amorosos con la condesa de Salisbury quiso conservar una liga de su amante y no tuvo mejor ocurrencia que atarla en su pierna. Olvidó que la llevaba puesta y se dirigió a un banquete. Al entrar en la sala, los cortesanos rompieron a reír y el rey, para salvar la buena fama de la condesa, dijo en francés:  Honni soit qui mal y pense. (que se avergüence quien piense mal). 

Poco después, con la frase como lema, se fundó la Orden de la Jarretera. La expresión también figura en el escudo británico, palpable demostración de que una liga puede valer un imperio.

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